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Plutarco Riesgo Vásquez

Era la semana santa del año 1981 y transcurría el triduo pascual. Cursaba el primer año de postgrado y aprovechando unos días de asueto, caminaba con mi compañera al atardecer en el borde de la carretera panorámica de San Carlos Nuevo Guaymas. De pronto se acercó en su vocho amarillo, se detuvo y sin preguntar si podíamos o no, nos dijo casi en tono de orden: ¡súbanse… vamos a tomarnos una cerveza! En ese entonces, él era médico de base en el hospital y nosotros simples residentes, con los que la interacción había sido solo académica y de muy corta duración, pues habíamos llegado al hospital el primero de marzo de ese año. Nos invitó a su habitación con vista al mar en el hotel que había reservado. Las dos parejas estuvimos ahí hasta la madrugada. En noviembre de ese año, en el primer aniversario de nuestro matrimonio, lo celebramos con ellos en un fin de semana en Álamos que, en ese entonces, nunca imaginó el desarrollo que tendría con el paso de los años. Diez años después de aquella semana santa, los hice mis compadres al pedirles que fueran los padrinos de bautismo de mi segunda hija. Nunca tuve con él una relación tan estrecha como para que comiéramos en el mismo plato, pero siempre lo consideré un muy buen amigo. Uno de sus cuñados una vez me dijo: “a estechino sangrón no lo quiere nadie más que su mamá, su mujer y tú”. Hoy, unos días después, de que, como dijera Miguel Hernández, un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida lo desapareciera del mundo de los vivos, puedo afirmar sin ninguna duda, que no éramos solo tres, sino muchos múltiplos de tres los que lo queríamos, y lo queríamos bien. 

 

La Cynara scolymus es una planta comestible que tiene muchos fans, y no es precisamente por su aspecto sino por lo que se encuentra oculto dentro de ella. Estamos hablando de la alcachofa, conocida también como alcaucil. La planta tiene varios usos, sobre todo medicinales, pero desde el punto de vista gastronómico, lo que resulta valioso es su “corazón”, la parte más próxima al tallo de la flor en ciernes que,para acceder a él, hay que “irla pelando”, hoja por hoja hasta llegar el preciado tesoro. En el género humano, hay muchas personas que tienen corazón de alcachofa. Están cubiertas con varias capas protectoras que hacen las veces de armadura, pero que debajo de ellas, habita un ser único, tan humano como uno, tan indefenso como uno, igual o más bueno que uno, e igual o más malo que uno. La única diferencia entre ellos o lo otros, es precisamente la armadura que los cubre y que los que tienen la fortuna de poderla deshojar, pueden disfrutar del hecho como uno de los mayores placeres que la vida puede dar: el descubrimiento del otro y la posibilidad de interactuar con él dejando en el suelo la mayoría de los mecanismos de defensa, pues probablemente es imposible deshacerse de todos, salvo en el caso de la interacción con Dios. El corazón del chino, era un típico corazón de alcachofa. 

 

En 2016, la Academia de Cine Europeo, le dio el primer lugar en la categoría de comedia a la película sueca “En man som heter Ove”. Al año siguiente, fuenominada al Oscar como mejor película extranjera, premio que finalmente consiguó Forushandeh, una película franco-iraní. En México, En man som heterOve, fué titulada como “Un hombre gruñón”. El título que recibió en México, a mi juicio, resulta más afortunado que el original. Hollywood, acostumbrado a sacar raja de cualquier oportunidad, hizo un refrito en 2022 (A Man Called Otto), esta vez protagonizada por Tom Hanks. Para quienes gustan de aceptar propuestas heterodoxas, ambas películas pueden ser vistas en renta. La primera en Prime y la segunda en Max. Échenles un ojo y verán porqué la sueca fue premiada y la norteamericana no.  Pero retomando el hilo inicial, estos films ponen en perspectiva a esas personas que son unos dulces con cobertura amarga, y yo agregaría que en vista de los tiempos que nos toca vivir, son cada vez más prevalentes, y por ende, somos también más los que nos perdemos la oportunidad de acceder a ellas, y en ésta dinámica, todos salimos perdiendo. 

 

La docencia fue para el chino en los dos lustros previos a su deceso, un portal por el cual, los alumnos que supieron aprovecharlo pudieron acceder a ese prodigo corazón rico en sabiduría, aderezado con un corrosivo y puntilloso sentido del humor. Ambos coincidimos en la perspectiva del Dr. Francisco Biagi en el sentido de que el consultorio particular, es en la actualidad, el último reducto de libertad. El gusto por la etología, el buen comer y beber y el interés en la medicina deportiva, fueron otras de muchas coincidencias. Entrón como pocos, su paso por la subdirección durante los fines de semana en el actual Hospital IMSS-Solidaridad plasmó a la perfección esa faceta médica/administrativa empapada de humanismo y capacidad resolutiva. De esos hay ya muy pocos, pues ya no los hacen así. 

 

Mi querido chinacate, ya se dónde estás, riéndote de nosotros. Por lo pronto, emularé a Juba, el amigo de Máximo en la película Gladiador de Ridley Scott, repitiendo las palabras que pronunció en la arena del Coliseo al enterrar las figuras de su esposa e hijo: «Volveremos a vernos. Pero aún no… aún no».

 

Salud y paz.

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