La Creciente del 48 que inundó Plano Oriente.-

516
0
Capturadepantalla2024-04-26alas192343
PrevencionEmbarazo
Lactanciapornostros4
Capturadepantalla2023-02-13alas213814
Capturadepantalla2023-02-13alas214531
Capturadepantalla2022-09-12alas043937
Capturadepantalla2023-02-13alas215907
Capturadepantalla2023-02-13alas220711
previous arrow
next arrow
Bernardo Elenes Habas

La Creciente del 48 que inundó Plano Oriente.- Ciudad Obregón sufre, históricamente, los embates de las lluvias en sus calles.- Espacio plano, que requiere drenaje pluvial.- René Gándara pavimentó el primer cuadro.

Bernardo Elenes Habas

En la memoria de cajemenses que aún viven, y fueron testigos de cómo se construyeron las raíces de esta comunidad esforzada y progresista, permanecen guardados un cúmulo de recuerdos que marcaron sus vidas sencillas, sus raíces rurales.

Vivencias que también fueron parte del paisaje humano de Rogelio Arenas Castro, el autor del libro Cajeme de mis Recuerdos, que tuve el honor de prologar en el Verano de 1996, editado durante la administración municipal que presidió Raúl Ayala Candelas (1994-1997). Rogelio murió el 5 de marzo de 2011, a los 78 años de edad.

Él me comentaba, como lo hacían también los periodistas amigos ya desaparecidos, Rogelio Barraza Gutiérrez y Mario Castro Quezada, sobre la llamada “Creciente del 48”, que provocó un colapso económico ese año, en el Valle del Yaqui y en la ciudad, por la pérdida de siembras, dañando, principalmente, al antiguo barrio de Plano Oriente –hoy colonia Benito Juárez-, asentamiento propenso a recibir las corrientes de agua que bajaban y bajan desde los cerros, y ciertamente, llegan luego al núcleo de la ciudad, reclamando los antiguos arroyos que ahora son usurpados por las calles 6 de Abril, Jesús García, Zaragoza, Galeana, No Reelección, Guerrero.

Las equipatas en la región (lluvias ligeras que se presentan –no siempre- durante el invierno, también conocidas como “cabañuelas”, cuya presencia o ausencia daba la alternativa esotérica a los campesinos de predecir el comportamiento del tiempo en el transcurrir del año), iniciaron desde noviembre de 1948, extendiéndose hasta mediados de enero de 1949, con la consiguiente preocupación y asombro de las familias de la ciudad y del campo, porque veían mermadas sus economías al dejar de laborar y sufrir daños en sus campos de cultivo, en sus comercios, talleres; no así los ganaderos, quienes recibían el temporal como una bendición que haría crecer pastizales en los potreros. 

Esa lluvia que caía a diario por más de un mes. Inundó principalmente a Plano Oriente, sobre todo en las áreas cercanas a las vías del ferrocarril, donde el agua alcanzó altura de más de un metro, desde la calle Obregón hasta los linderos de las vías.

Documentan los cronistas Miguel Mexía Alvarado, José Escobar Zavala, y Arenas Castro, un hecho singular que en la relatoría de los tiempos dejó huella, principalmente entre los habitantes de Plano Oriente:

Esta referencia se concentra sobre la forma en que tuvieron que trasladar el cadáver de una mujer que era velada en su vivienda –Amparo Espinoza, era su nombre, precisa en su crónica Rogelio Arenas-, para sacarlo de la zona inundada sobre una balsa improvisada con tambos de 200 litros y madera, quizás para ser llevada a un lugar no anegado, o tal vez al panteón de Nuestra Señora de Guadalupe, ubicado en un espacio más alto.

Ciudad Obregón está enclavada en un espacio plano, sin declive suficiente para el desfogue de las aguas de lluvia.

Tal situación se constituye, desde siempre, en uno de los principales problemas de calles propensas al lodo, cuando no existía el pavimento. Luego, cuando llegó el asfalto, fueron las lluvias su principal enemigo, por la contextura del suelo arcilloso y la nula corriente del líquido, generando encharcamientos, baches, desintegrando el pavimento. Y es que no existe drenaje pluvial, solamente el de uso para aguas negras.

Desde el nacimiento de Cajeme como solitaria Estación de Bandera, en 1907 (enseguida logrando nombramiento de Congregación en 1923, con una primera calle trazada, para alcanzar en 1925 categoría de Comisaría con 450 habitantes, hasta la definición de Municipio el 30 de noviembre de 1927, propiciado por la Ley Número 16, decretada por el Congreso del Estado y dada a conocer por el entonces gobernador Fausto Topete Almada), ha enfrentado la problemática de sus calles, primero delineadas sobre la tierra virgen que se convertían, en tiempo de aguas, en verdaderos lodazales.

Fue hasta el periodo municipal 1955-1958, presidido por René Gándara Romo, tiempo en que se procedió a pavimentar el primer cuadro de la ciudad, para dar fin en esa área con las grandes charcas y el consiguiente problema de vehículos atascados en las calles, cuando llovía.

Sin embargo, las avenidas del resto de la ciudad y las colonias Plano Oriente, Quinta Díaz, Morelos, Hidalgo, que eran las que prevalecían, siguieron sufriendo de la inmovilidad que causaban los aguaceros, tanto a peatones como a vehículos. Aunque las noches, después de un día lluvioso, se convertían en concierto de croar de ranas, de brillo fugaz de luciérnagas (copechis) provenientes de las orillas cercanas de la ciudad que eran, prácticamente, el Valle del Yaqui, y de rugido de motores de carros atascados, como parte imborrable del paisaje humano de esos tiempos…

Actualmente la ciudad y una gran parte de sus colonias, tienen pavimento. Pero, realmente está dañado, principalmente por el agua, el tiempo, el abandono, y se constituye, junto con los brotes de violencia y delincuencia generalizada, en los principales reclamos de las familias.

Cierto, combatir la delincuencia organizada requiere del esfuerzo de la suma de niveles de gobierno. Y en el hecho de imagen y funcionalidad urbana, son precisos los buenos oficios de autoridades en la gestión de recursos y programas para que la administración se encauce positivamente por las vías de la civilidad institucional…

Cuando concluyo esta crónica, es de noche y llueve en Cajeme, generando recuerdos de testimonios emitidos por antiguos pobladores sobre la Creciente del 48, durante todo diciembre y parte de enero. ¡Era el diluvio!, decían azorados.

Siento que el agua derramada por el cielo, es como el llanto de Dios cayendo sobre casas, árboles, calles, personas… Tal vez buscando lavar la violencia que crece en Cajeme, para devolver a los seres la capacidad de asombro, la unidad, el respeto, la humildad, valores que actualmente se diluyen fríamente entre las sombras de la indiferencia…

Le saludo, lector.

Comentarios