Algunos hechos que han sacudido a Cajeme.-

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Algunos hechos que han sacudido a Cajeme.- La influenza española en Cócorit,1918.- El diluvio de las equipatas durante la “Creciente del 48” por más de dos meses.- El temor de la epidemia de polio en los 50.- Ahora, la pandemia del coronavirus, que deja honda huella desde hace dos años…

Bernardo Elenes Habas

La tormenta asesina del coronavirus, no despierta del todo la capacidad de asombro de los cajemenses.

A pesar de testimonios que emergen desde la realidad estrujante de estadísticas sacudiendo a Sonora con su semáforo epidemiológico rojo, no se toma conciencia del todo sobre hechos dramáticos que están presentes, lo que obliga a pensar que ese sentido de sobrevivencia se percibe adormilado…

No obstante que en Cajeme se disparan los casos de personas enfermas, aún se observa reticencia en algunos sectores de la población, pero afortunadamente ese tejido es minoritario; mismo que, en plena tercera oleada de la pandemia, salen a las calles obligadamente a procurarse la vida o aprovechar las ofertas de promociones que se hacen de productos básicos, sin tomar prevenciones, sin cumplir la sana distancia y carentes de cubrebocas, como sucede en tianguis comunitarios y comercios del centro de la ciudad, realidad que se constata con fotografías que circulan en redes sociales.

Pero en general, se siente el presagio que teje en el ambiente la Covid-19, con su secuela de soledad y de muerte…

Se percibe, en la mayoría de las familias cajemenses, una mezcla de temor y ansiedad, al desconocer cuál será el destino de sus integrantes ante la pandemia. Si podrán resistir los embates de la enfermedad en caso de trasponer ésta las puertas de sus hogares. Cómo sortearán las inaplazables necesidades de alimentación, cobros de servicios de luz y agua, las deudas contraídas. ¿Cómo?

No obstante, Cajeme poco a poco deja de latir en forma acelerada. Regresando a escenarios que aún están tatuados en sus raíces rurales de hace más de 90 años. Etapas en que este pueblo emergía como Congregación, Comisaría, Ayuntamiento, y sus calles se convertían en arroyos durante el tiempo de aguas. Época en que las carretas tiradas por mulas o caballos eran el medio idóneo de transportación. Cuando los barriqueros y vendedores de leña, recorrían las calles desnudas y atravesaban llanos entre remolinos que se perdían en el azul infinito…

Esas reflexiones y recuerdos brotan de la sensibilidad de antiguos pobladores del Cajeme primigenio, quienes vivieron parte de tan lejanos horizontes o los abrevaron en noches de acercamiento familiar, ante la tenue luz de las lámparas de petróleo parpadeando sobre la mesa, brotando los relatos de las palabras viejas de padres, tíos, abuelos, convertidos en cuentos y leyendas que servían de arrullo para ir a la cama…

Mi madre, María Habas Armenta, nacida en Cócorit en 1918, no dejaba que los relatos de sus padres y abuelos se diluyeran en el olvido y se perdieran más allá del Bakatete…

Por eso recreaba los días de la influenza española que se abatió sobre su pueblo, tal como lo referían los testimonios de sus mayores.

Comentaba, también, sobre la forma en que las madres de familia se angustiaban, ante un severo brote de poliomielitis (parálisis infantil, decía), que amenazó a Cajeme en 1946, siendo hasta 1955 cuando se descubrió la vacuna llamada Salk, que comenzó a aplicarse a los niños menores de cinco años, siendo la ahora demolida escuela Fernando F. Dworak, centro de aplicación del biológico, a donde acudían las señoras con sus hijos para que recibieran la dosis salvadora.

En los pasillos del plantel se escuchaban –decía- pláticas que llenaban de angustia, porque había mujeres que desbordaban su imaginación y comentaban que “la polio, viene ya por la calle Jesús García, donde atacó a una niña”, como si se tratase de un animal al que pudiera vérsele caminar.

Otro tiempo de temores, fue la llamada “Creciente del 48”. Época en que las equipatas (lluvias ligeras que se presentan en la región generalmente durante el invierno), comenzaron a manifestarse desde noviembre de 1948, extendiéndose hasta mediados de enero de 1949.

Más de dos meses de llovizna día y noche, provocaban la preocupación y el asombro de las familias de la ciudad y del campo. Gente que veía lesionada sus economías al tener que dejar de laborar, suspender clases, con los consiguientes daños en cultivos, comercios, talleres, oficinas, bancos. 

La lluvia que se prolongó por sesenta días, inundó principalmente a Plano Oriente, sobre todo en las áreas cercanas a las vías del ferrocarril, donde el agua alcanzó altura de hasta un metro, desde la calle Obregón hasta los linderos de las vías.

Está documentado en los libros de los cronistas Miguel Mexía Alvarado y Rogelio Arenas Castro, y por supuesto en la relatoría popular, la forma en que se tuvo que trasladar el cadáver de una mujer –Amparo Espinoza-, quien fue velada en su vivienda durante los días del temporal, y al trasladarla al Panteón de Nuestra Señora de Guadalupe (Viejo), debieron improvisar una balsa con tambos aceiteros de 200 litros y madera.

Ahora –agosto de 2021-, la historia se escribe con el avance letal del coronavirus, enfermedad que no solamente daña el sistema respiratorio de las personas, sino la economía en general, y aunque existen ya vacunas efectivas la peste del siglo sigue contagiando, dañando a los seres humanos.

Las autoridades cierran filas en la entidad y municipios, teniendo como objetivo salvaguardar las vidas de los sonorenses. Lo hacen la gobernadora Claudia Pavlovich y el Secretario de Salud, Enrique Clausen, con llamados reiterados, vehementes para que todos vean y sientan sus hogares como el templo sencillo donde oficien con sus familias, el ceremonial de la unidad, del amor, de la vida, vacunándose, observando los protocolos de lavado de manos, uso correcto de cubrebocas, sana distancia y depositando la fe en la batalla para cruzar la tormenta y lograr que mañana sea un nuevo día…

Le saludo, lector.

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