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PRIMERA LECTURA (Hechos de los Apóstoles 1,1-11)

«Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse», el Señor Jesús ha subido al cielo de donde ha bajado para salvarnos. No es una despedida, tampoco es vivir con la ilusión de alcanzar algún día el descanso y la paz. Se trata de vivir una vida en abundancia, el Espíritu del Señor nos acompaña y nos anima por el camino, no tenemos por qué sentirnos solos. La alegría de experimentarnos salvados tendría que darnos la fuerza para comprometernos con la vida y cooperar para que el Reino de Jesucristo se extienda. El cristiano no solo reza y ora mucho, sino que ama más. Vivimos con el corazón puesto en el cielo, donde está nuestro Pastor Resucitado, pero con los pies bien puestos en la tierra en donde debemos hacer realidad el Reino.

SEGUNDA LECTURA (Efesios 4,1-13)

«Los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido», pareciera que los cristianos de hoy pensamos que debemos vivir nuestra fe en las sombras, ocultamos en ocasiones nuestra fe como si nos avergonzáramos. Confundimos el respeto a la forma de pensar de los otros con el renunciar a aquello en lo que creemos. San Pablo les recuerda a los efesios que el cristiano no puede ser solo de nombre, es precisamente su testimonio el que sustenta su fe en la práctica, se acción debe notarse en la comunidad. No podemos seguir conformándonos con una vida cristiana a medias. No se trata de imponer nuestra fe a los que nos rodean, sin embargo, los tiempos nos exigen coherencia. Hoy nuestras palabras deben ser reforzadas con nuestras obras. El mejor testimonio con el que podemos evangelizar nuestro tiempo es con la vivencia comprometida con nuestra fe, poniendo en acción los dones que el Señor nos ha concedido y disponiéndonos al servicio de los demás. El cristiano coopera con su granito de arena, allí, desde el lugar donde Dios lo ha llamado a servir, en la construcción de un mundo mejor.

EVANGELIO (Marcos 16,15-20)

«El Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían», la ascensión no es una despedida, ni tampoco una separación definitiva. Es una nueva manera de vivir, el Señor ya no está físicamente con nosotros, pero su presencia no es de ninguna manera menos poderosa. No podemos vivir tristes pues su Espíritu nos acompaña y sostiene. Hoy cada bautizado debe ser una fuerte presencia del Resucitado en medio del mundo. Jesús nos pide ser sus ojos, sus manos, pero especialmente su corazón para seguir amando a los más necesitados. Es precisamente allí, en las pequeñas cosas cotidianas de la vida donde la acción del cristiano hace la diferencia. Jesús sigue presente en medio de nosotros de una manera cálida y cercana, sobre todo en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Además, de una manera especial a través de cada uno de nosotros, por eso, estamos llamados a ser otro “Cristo” para aquellos que nos rodean.

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