DOMINGO II CUARESMA (MARZO 17 DE 2019)
PRIMERA LECTURA (Génesis 15,5-12.17-18)
«Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo», misteriosa escena que nos refiere al modo en la que los pueblos antiguos sellaban sus pactos o alianzas, la sangre de animales sacrificados tenía una función esencial pues era a través de ella que se alcanzaba la comunión entre las partes y aseguraba su cumplimiento. Dios llega a la vida de Abram respetando su estado cultural y pacta con él conforme a sus usos y costumbres, a partir de este momento con un amor de predilección lo acompañará y lo ayudará a crecer y alcanzar la plenitud de su humanidad; en todo pacto ambas partes quedan comprometidas y adquieren derechos y obligaciones, sin embargo, en este pacto especial, Abram es solo beneficiado y es Dios quien se compromete total e ilimitadamente. Muchas veces definimos la fe como “creer en Dios”, pero al contemplar a Abram frente a Dios podemos decir que para ser “justo” no basta creer en Dios, es necesario “creerle a Dios”.
SEGUNDA LECTURA (Filipenses 3,17-4,1)
«Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador, Jesucristo», es cierto que valoramos tanto esta vida que en muchas ocasiones nos aferramos tanto a ella que quisiéramos que nunca se acabara. San Pablo nos invita a vivir la vida de una manera diferente, a no darle a esta vida un valor absoluto, es decir, considerarla como lo único. Debemos considerarnos como peregrinos pues para nosotros el destino hacia el cual aspiramos llegar es el cielo. Esto no significa que debamos evadir nuestro compromiso con nuestras realidades temporales, muy por el contrario, estamos llamados a impregnar de los valores del Reino los distintos ambientes en los que nos movemos, llenando con la presencia de Cristo a nuestros hermanos.
EVANGELIO (Lucas 9,28-36)
«De la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo», en la mente y el corazón del pueblo de Israel había quedado grabada profundamente la experiencia de la Alianza del Sinaí, allí en la cima de la montaña, el Señor se presentó ante el pueblo con gran poder, pero sobre todo con signos sobrecogedores: truenos, relámpagos y un sonido ensordecedor que parecía conmover la tierra hasta sus cimientos. El pueblo se llenó de terror y pidió a Moisés ser el intermediario entre Dios y ellos. El Evangelio hoy nos presenta una escena llena de los signos del acontecimiento del Sinaí, pero aquí el miedo no está presente, en Cristo el Padre sale a nuestro encuentro de una manera cálida y cercana para mostrarnos su amor misericordioso. Cristo es el camino seguro para llegar al Padre, si le permitimos entrar en nuestra vida podemos tener la seguridad que no nos perderemos e incluso aunque por distracción nos extraviemos, nos buscará sin descanso para ayudarnos a regresar sanos y salvos a la presencia del Padre. No habrá reclamos ni castigos solo la alegría por el regreso del hijo perdido. Ese es nuestro Padre, y en Cristo, nos ha querido manifestar su amor misericordioso.