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PRIMERA LECTURA (Isaías 50,4-7)

«El Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás», muchos siglos antes de la cruz de Jesús, Isaías parece contemplar como si estuviera presente el acto salvífico que, por amor, Dios realiza en su Hijo para rescatar y reconciliar a los hombres consigo mismo. No se trata de “canonizar” la violencia, ni pensar que la violencia por sí misma y aceptada pasivamente salva; si fuera así el acto no pasaría de ser una manifestación patológica de masoquismo. El “siervo del Señor” asume activamente su papel salvífico, “pone” la cara y enfrenta las consecuencias del haber hecho suyo el plan divino. Los más importante es que no se sabe solo sino solidariamente acompañado, fortalecido y sostenido por Aquel que lo ha enviado. Para salvar no es suficiente sufrir por sufrir, para salvar el sufrimiento debe ser resultado del amor.

SEGUNDA LECTURA (Filipenses 2,6-11)

«Se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz», este texto pre-paulino es conocido como el “himno kenótico”, es decir de “abajamiento” porque nos presenta el acto generoso de entrega total por el cual el Hijo, Dios como el Padre, se hace uno de nosotros para llevarnos de vuelta a la comunión con Dios. En esta Semana Santa que iniciamos, nuestra participación daría más frutos de conversión en nosotros si dejáramos de ver el acto de amor de Jesucristo como algo abstracto y lejano, y se convirtiera en presencia cálida y cercana de la misericordia divina en nuestras vidas. No celebramos algo ajeno, celebramos nuestra salvación.

EVANGELIO

En la celebración de hoy, se proclamarán dos textos evangélicos; el primero antes de iniciar la procesión con las palmas y, el segundo, dentro de la Iglesia en su espacio litúrgico acostumbrado. (Lucas 19,28-40), nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, una multitud que con ánimo y alegría recibía a su salvador; esperemos que los excesos “tristemente” propios de estos días no minen nuestra fe y terminemos de la misma manera que “estos” que después de gritar vivas al Señor, días después, pidieron su muerte en la cruz… uno nunca sabe. (Lucas 22,14-23,56), hoy es proclamada la pasión del Señor del Evangelista correspondiente al ciclo litúrgico actual, C, san Lucas; «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!», el sacrificio de Jesús en la cruz pone un punto final a su vida entregada y coherente. Jesús ha vivido para cumplir con la voluntad de su Padre que lo ha enviado; con palabras y obras manifestó al mundo el amor misericordioso del Padre. Ahora en la cruz, aparentemente derrotado, contempla la obra que el Padre ha realizado a través de Él; la semilla ha sido plantada y seguramente prenderá en aquellos corazones dispuestos. No nos desanimemos si pareciera que el mundo resuena más armoniosamente con el mal que con el bien, no perdamos la esperanza, comprometámonos con el bien amando como Jesús nos ha enseñado. Que estos días de oración y convivencia familiar nos ayuden a crecer en fe, esperanza y caridad.

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