DOMINGO V CUARESMA (ABRIL 7 DE 2019)
PRIMERA LECTURA (Isaías 43,16-21)
«No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan?», Isaías nos invita a contemplar con asombro y profundo agradecimiento la obra que Dios hace en nuestras vidas. Es imposible borrar el pasado, forma parte de nuestra historia y, además, sería patológico rechazarlo como algo ajeno a nosotros mismos. El pasado habla de nosotros y, de alguna manera, define nuestro presente. Gastamos mucho tiempo y dinero buscando exorcizar nuestra historia y tratando de cambiarla o, incluso, borrarla para que ya no nos lastime. No es lo que Dios nos pide, muy por el contrario, debemos abrazar con fe nuestra historia y ponerla en las manos del Señor, Él puede convertirla de motivo de tristeza en causa de alegría y acción de gracias. No pidamos a Dios que borre nuestro pasado, eso es imposible, más bien dejemos que realice en nosotros el milagro de transformarnos en hombres y mujeres nuevos por la acción cotidiana de su Espíritu.
SEGUNDA LECTURA (Filipenses 3,7-14)
«Olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo», en sus cartas constantemente Pablo recuerda su pasado, se duele por los errores cometidos y que definitivamente no puede cambiar. Sin embargo, por la gracia de la presencia de Cristo en su vida, ahora es un hombre nuevo; lleva las marcas del pecado en su carne, pero ha sido redimido por la cruz de Cristo a quien sigue y proclama como su salvador. Esta es su fuerza, y es esto lo que alienta su esperanza. No esperemos ser “inmaculados” para seguir a Jesucristo, solo Dios es perfecto, para nosotros lo más importante es que nos ha elegido en su Hijo como sus hijos y es por eso que podemos estar de pie en su presencia.
EVANGELIO (Juan 8,1-11)
«Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar», cálido pasaje evangélico en el que podemos contemplar dos formas de juzgar. El juicio de los hombres, generalmente duro y destructivo y, por otro lado, el de Dios que sana y restituye a la gracia y dignidad perdidas. El “reto” que Jesús hoy nos lanza para “juzgar” el pecado ajeno no consiste en colocarnos por encima de los demás; sino que, por el contrario, realicemos el maravilloso descubrimiento del perdón. Un perdón que no tiene su origen ciertamente en nuestra bondad o generosidad personales; sino en una realidad de la que brota todo, Dios nos ha perdonado primero. “Perdonar” no consiste en dispensar u olvidar por mis propias fuerzas o generosidad personal lo que los demás me han hecho, “perdonar” significa en que al experimentarme “perdonado” por Dios, mi única respuesta solo puede consistir en hacer que todos los demás experimenten a su vez, por medio de mi “perdón”, la alegría de la salvación. No siempre las leyes humanas reflejan la justicia, a nosotros nos toca humanizarlas y ayudarlas a reflejar el amor divino por medio de nuestra acción y participación.