Poema de domingo.- Eran los días dramáticos de la pandemia. Las calles desoladas de pueblos y ciudades mostraban el dolor con su silencio. Un rumor de muerte era barrido por el viento del verano, reflejando en el rostro de las pocas personas que se atrevían a desafiar al letal virus, una oscura sombra de resignación… Y comenzaron a llegar, como una lluvia pertinaz y pegajosa los nombres de familiares, amigos, conocidos, gente que se marchaba agitando sus manos en medio de la soledad, diciendo adiós desde los linderos de la muerte…Eran días de dolor y luto que jamás deben olvidarse, y menos borrar de la memoria la deuda que se tiene con los médicos, los trabajadores de la salud, verdaderos salvadores de la Patria; no con los políticos.
Bernardo Elenes Habas
Azotaba el látigo del 2020
las espaldas del mundo.
La pandemia cercenaba
las gargantas de los seres.
México se convulsionaba
entre la vida y la muerte.
Sabían hombres y mujeres
que contagiarse era sentir
arrasados todos los caminos,
dinamitados todos los puentes,
hundirse en la dramática
sentencia de los siglos
con una soga de flemas
apretando las gargantas.
Pero había voces
y actos llenos de esperanza,
provenientes no de políticos,
sino de héroes reales que combatían
con sus batas blancas,
su juramento inquebrantable,
su corazón rojo latiendo
en el lado izquierdo de sus pechos,
ahuyentando a la muerte,
entregando sus esfuerzos
para que respiraran los enfermos,
tomándolos de sus últimos alientos,
no dejando que se hundieran en la nada,
solitarios, anónimos,
sin una lamparita de petróleo
marcando sus caminos…
Ahora, todos lo sabemos.
No fueron los políticos
autoproclamados
salvadores de la Patria,
los héroes de la historia.
Fueron las mujeres y hombres
de batas blancas, quienes
en momentos de incertidumbre
y de abandono, cumplieron
la misión noble y alta.
Fueron los médicos, enfermeras,
trabajadores de la salud,
quienes a pesar de carencias
y abandono, cumplieron su deber,
su limpia vocación, entregándolo
todo:
hasta sus vidas…
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