
Te habías fijado que la gasolina no tiene un color natural. Su tonalidad se debe a tintes añadidos deliberadamente por los fabricantes, con el fin de diferenciar sus tipos y facilitar su identificación tanto para los consumidores como para las autoridades regulatorias.
En países como México, los colores están bien definidos y forman parte del lenguaje cotidiano del automovilista: la gasolina Magna es verde, la Premium es roja y el diésel suele ser incoloro o ligeramente amarillento. Sin embargo, esta convención varía en otras partes del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, algunas gasolinas regulares también pueden ser verdes, mientras que las versiones de alto octanaje pueden tener tonos distintos, dependiendo del fabricante.
El objetivo de estos colores no es estético. Según expertos en hidrocarburos, los tintes permiten distinguir rápidamente entre tipos de gasolina que tienen composiciones químicas diferentes, particularmente en lo que respecta al octanaje. Además, en algunas jurisdicciones, los colores ayudan a combatir la evasión fiscal, ya que ciertos combustibles con beneficios fiscales —como los destinados a uso agrícola— también son teñidos para evitar su uso indebido.
En México, el uso del color verde para la gasolina Magna ha sido parte de la identidad de las estaciones de servicio durante décadas. El color rojo de la Premium no solo implica un mayor octanaje, sino también un precio más elevado, lo que influye directamente en la percepción del consumidor.
Por lo tanto, la próxima vez que llene su tanque, sepa que el color de la gasolina no es casualidad. Es un código visual que revela más de lo que parece: desde su composición hasta su propósito, e incluso su país de origen.
