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PRIMERA LECTURA (Ezequiel 17,22-24)

«Echará ramas, dará fruto y se convertirá en un cedro magnífico», aún hay esperanza pues Dios está con nosotros, muchas veces nos sentimos abandonados y nos sentimos solos. Nuestra vida nos agobia y nos impide ver más allá, pero nada está fuera del amor que Dios nos tiene, a fin de cuentas, Él sabe lo que necesitamos y llegará a nuestra vida cuando más lo necesitemos. Debemos ver con optimismo el futuro, nada escapa de la providencia divina y como un Padre nos acompaña, nunca obstaculiza nuestra libertad aun cuando nos equivoquemos, siempre confía que al final del viaje nuestro corazón agotado por la búsqueda descubra que sólo en Él podemos descansar.

SEGUNDA LECTURA (2 Corintios 5,6-10)

«Tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo de lo que hayamos hecho en esta vida», existen corrientes psicológicas que tratan de erradicar la culpa de nuestra conciencia, creen que nos daña y que se convierte en un lastre para nuestra realización personal; pero no se trata de culpa sino de responsabilidad. No podemos ir por la vida sin tomar en cuenta que todas las decisiones que vamos tomando tienen consecuencias, éstas no solo nos afectan a nosotros, sino que terminan creando ambientes. Estamos llamados a ser cada vez más dueños de nuestras decisiones y a hacernos responsables de todas nuestras acciones. No vivamos con miedo, el miedo nunca es buen consejero, incluso nos impide actuar en ocasiones. Vivamos en la libertad de los hijos de Dios, pues hemos sido constituidos hijos por el sacrificio de su Hijo. Hagamos el bien o, al menos esforcémonos por vivirlo, es cierto que en algunas ocasiones llegaremos a equivocarnos, pero el miedo al infierno no debe impedir que actuemos convirtiéndonos en simples críticos del mal que nos rodea. Prefiero esperar mi juicio viviendo la caridad para con mis hermanos, con el riesgo de equivocarme a, simplemente no hacer nada evitando el mal a toda costa.

EVANGELIO (Marcos 4,26-34)

«Crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra», es cierto que el Reino requiere manos que se sumen para que crezca, sin embargo, es Dios mismo quien con la fuerza de su Espíritu anima su crecimiento. En muchas ocasiones nos desanimamos porque parece que nuestras acciones no parecen tener una influencia positiva en la realidad que nos rodea, y mientras tanto y silenciosamente Dios da crecimiento y sustento a todo lo que le pertenece. Su amor misericordioso anima la creación y nunca se olvida de aquellos a los que ama. Esto nos debe llevar a luchar con más ahínco, a no permitir que los fracasos nos hagan perder la esperanza. El plan de salvación de Dios será un éxito, nuestra actitud consistirá en cooperar desde la fragilidad de nuestra persona siendo instrumentos de su amor en el mundo. El Reino misteriosamente sigue creciendo y aunque muchas veces el pecado hace más lento  su crecimiento, no podemos tener ninguna duda de que en su Iglesia, Jesucristo sigue haciendo presente el amor misericordioso del Padre.

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