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La chica está de pie, con el rostro lívido. Treintañera, cabello castaño y largo, pantalón de mezclilla, blusa a cuadros. De pronto se desploma.

 

Como si le hubieran cortado los hilos que la mantenían erguida, en medio del trajín de cientos de personas, sobre todo jóvenes, que van de un lado a otro cargando cosas, los que están en las líneas de selección, pesaje, empaque. En medio de todos ellos, se desploma.

 

La chica cae al suelo y su cabeza produce un ruido seco al chocar contra el piso de cemento en el centro de acopio de la Cruz Roja, en Hermosillo. La reacción es inmediata. Llegan socorristas con una camilla y la introducen a la sala de urgencias para su atención.

 

Los últimos tres días, me dicen, la chica ha estado allí a mañana y tarde, con el corazón y las manos dispuestas a ayudar para el acopio, empaque y carga de víveres, medicinas, ropa, agua, artículos de aseo personal y limpieza. Todo para enviar al sur del país: la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Oaxacan Chiapas, donde el sismo del 19 de septiembre dejó una estela de muerte, desolación y desamparo.

 

La chica tiene nombre, pero está en ese lugar donde nadie lo tiene, porque no los necesitan. Los sin nombre son, por estos días, legión en todo el país, y Hermosillo es parte de ese país donde hoy cuenta más la mano que se extiende para ayudar; los brazos que cargan y remueven las cenizas de las que habrá de renacer el México nuevo. La voluntad de sumar, así sea de a poquito, los esfuerzos para ayudar a la distancia, que en esa suma se van haciendo gigantescos. Esa voluntad cuenta más que la selfie, el tuit, el post.

 

En el patio de la Cruz Roja se instalaron varias mesas largas, donde los muchachos seleccionan, revisan fechas de caducidad; van catalogando productos. En otras mesas se integran las despensas y se empacan. Más allá, otros jóvenes arman cajas de cartón, otros las llenan, otros las pesan y hacen el embalaje. Las acomodan en tarimas que un montacargas lleva hasta los tráileres estacionados en la calle 14 de abril.

 

Cada día, uno o dos camiones de esos salen rumbo al sur con su preciada carga. No desde ayer o antier, pues el acopio y traslado de apoyos comenzó después del siete de septiembre, día del primer sismo que golpeó principalmente Chiapas y Oaxaca. Los voluntarios ya acumulan experiencia y por eso se ven tan organizados.

 

En la calle hay un desfile intermitente de autos en los que la gente llega para hacer sus aportaciones. Desde pequeñas bolsas con artículos comprados en algún supermercado a título personal, hasta pick ups llenos de cajas llenas de ayuda, probablemente de algunos de los muchos centros de acopio que se han multiplicado por la ciudad en estos días. Sin que nadie se los diga, las personas forman una cadena para descargarlos.

 

Entre los sin nombre no hay tiempo ni espacio para la mezquindad o el protagonismo. Todos son las mismas manos ayudando, todos un corazón latiendo al mismo tiempo.

 

Los sin nombre alimentan su esperanza con cada noticia sobre otra persona rescatada con vida de entre los escombros. Con los actos de heroísmo y de nobleza de otros voluntarios en los sitios del desastre, civiles, militares. Deportistas, artistas. La imagen de una persona en silla de ruedas cargando sobre sus hombros un costal de cascajo los alienta y les renueva la fe. Los perros rescatistas superan lo anecdótico y se integran a la simbología esperanzadora de esta tragedia.

 

Los sin nombre no necesitan más para estar allí, presentes donde se necesiten su voluntad y sus manos. No necesitan la marquesina ni el pago, ni el reconocimiento que no buscan.

 

El sismo que sacudió la tierra en el sur-centro del país los hizo salir por todas partes. Son una legión que estaba allí, agazapada en sus cotidianidades, en su pensamiento crítico, en su observación del mugrerío político nacional; en la falta de opciones para hacerse presente y levantar la mano y pasar del sarcasmo y el cuestionamiento a la clase política, en redes sociales, a la acción inmediata en la que de pronto se vieron a los ojos y se descubrieron miles. Millones.

 

La Ciudad de México no fue la misma después del sismo de 1985. Y no sólo en lo que se refiere al gobierno. Las reglas de convivencia social cambiaron. La apertura, la tolerancia, la inclusión, el respeto a la otredad fueron, durante los años posteriores, emblema de esa metrópoli.

 

Hay que decir que en los últimos años, la ciudad estaba volviendo al caos. El salvajismo en sus calles. La desconfianza y los resquemores entre los ciudadanos. Y la tierra se volvió a mover para sacudir también la conciencia colectiva que de nuevo se hermanó en la desgracia, con la diferencia de que las réplicas esta vez, por obra y gracia de las redes sociales, alcanzaron a todo el país y sin duda, incluyeron al propio gobierno. Las autoridades de Protección Civil y sobre todo el Ejército, han jugado un papel importantísimo en estos días.

 

Los sin nombre están ahora no sólo ocupados en las tareas de rescate y de solidaridad. También en las de organización vecinal, asesoría legal, resistencia a las prisas que pudiera tener el gobierno para meter la maquinaria pesada en los edificios derrumbados. En el 85, hubo personas rescatadas con vida después de 15 días de ocurrido el temblor.

 

Difícil, predecir lo que ocurrirá después de este fatídico 19 de septiembre, en materia de cambios políticos. Pero las cosas no volverán a ser las mismas. La grieta más grande en este sismo, suele citarse, es la que se abrió entre la sociedad civil y la clase política, aunque hay quien dice que esa grieta ya existía, pero no era tan visible.

 

Los partidos políticos están obligados, más allá de la falsa disyuntiva del no menos falso ‘desprendimiento’ para ‘donar’ sus prerrogativas para campañas electorales a las tareas de reconstrucción, a replantearse todo lo que han hecho mal para que a estas alturas, acumulen tanto desprecio ciudadano.

 

Digo que es una falsa disyuntiva esa ‘donación’, pues como sucede hoy y como seguirá sucediendo, cada partido tiene entre sus militantes, simpatizantes y beneficiarios, personajes con suficiente capacidad económica para duplicar o triplicar el monto de lo que ‘donen’, para financiar campañas electorales. A cambio, desde luego, de negocios que a su vez dupliquen o tripliquen esa ‘inversión’.

 

Esa es, por ejemplo, una de las cosas que deben cambiar en el país y al parecer esta es la trágica coyuntura para que suceda. Veremos si las inercias añejas de la clase política persisten, o si los sin nombre realmente pueden ir más allá de los pasajes románticos y conmovedores, para adquirir alguna forma organizativa y de presión, que rompan esas inercias. La moneda está en el aire.

 

Colofón

 

Después de media hora, la chica que se desmayó en el centro de acopio de la Cruz Roja en Hermosillo, reaparece. Aún tiene el rostro pálido, pero sonríe, mientras se va a descansar, porque las tareas seguirán mañana, y pasado, y por mucho tiempo, porque ella misma es una más de esos sin nombre que no volverán a ser los mismos después de estos días aciagos.

 

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