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En 1997, dentro de la colección “La ciencia para todos“, el Fondo de Cultura Económica, publicó el libro “La muerte y sus ventajas” de la pareja de médicos argentinos compuesta por Fanny Blanck-Cereijido, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Mexicana y Marcelino Cereijido Mattioli, fisiólogo, profesor emérito del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. En la introducción del texto, abren su contenido con las siguientes palabras:

 

Tú morirás y en este libro trataremos de explicarte por qué y cómo. Pero aun en el caso de que no te interese de manera personal, el tema de la muerte es tan imprescindible para comprender el funcionamiento de la vida, la mente y la sociedad, que sería aconsejable que lo incorpores a tu visión del mundo… De modo que si tú has de morir y la muerte es, junto con el nacimiento, el fenómeno biológico más constante y generalizado de la vida, si la muerte codificada en esos genes ha impulsado una evolución que un día te generó a ti y si, por último, esa muerte te ha civilizado, es bueno que sepas qué se sabe hoy sobre ella.

 

La lectura del libro, si bien puede ser para algunos, pesada por su no escaso contenido técnico, resulta muy atractiva y apasionante por la forma en que se maneja la información y de gran utilidad para todos aquellos que directa o indirectamente tenemos que vérnosla con los procesos tanatológicos. Y a pesar de que el libro tiene ya 20 años de antigüedad, su contenido no pierde vigencia.

 

Pongo sobre la mesa lo anterior por muchas razones. Una de ellas, la más sobresaliente, la proximidad del fin de año, fecha que obliga a hacer un alto en el camino, recapitular, ponerse un tanto cuanto metafísicos, tratar de comprender muchos “por qué” y más que nada, muchos “para qué”, agradecer a la vida y a Dios las bendiciones recibidas, cargar las baterías y seguir haciendo camino al andar, pero no como Alicia cuando preguntó cual camino seguir; en esos casos, la contundencia y sabiduría de la respuesta del gato resulta apabullante.

 

Los ciclos de la vida no respetan edad, sexo ni condición social o económica. A todos nos pegan por igual. Eso de nacer, crecer, reproducirse, envejecer y morir no tiene para donde hacerse. Es así, gústenos o no. Y cada día para unas cosas estamos naciendo, para otras creciendo, como en la “Eterna soledad” de los Enanitos Verdes, vivimos corriendo el riesgo de levantarnos y seguir cayendo al reproducir nuestras fallas, pero también nuestros aciertos; en éste bregar, en muchas cosas nos desgastamos y sucumbimos, pero también, volvemos a nacer y así, hasta que la huesuda nos pone en la barca del Caronte.

 

Y aunque aquí podríamos tomar un fast-track a través del texto fundamental del psiquiatra austriaco Viktor Emil Frankl: El hombre en busca de sentido, y hacernos la reflexión más cuichita, me regreso a una precisión que la pareja argentina deja muy en claro en su libro: la voluntad de seguir viviendo depende de cierta inserción biológica y psicológica en la realidad. La primera depende de la salud y la segunda de la voluntad de vivir, que son interdependientes. Para ilustrar lo anterior, hacen referencia a la historia de una anciana de 93 años, internada en un hospital de Florida (Robinson BE. Death by destruction of will lest we forget. Arch Intern Med. 1995;155:2250-2251):

 

Pese a su demencia senil y a sus achaques, la mujer deambula por el hospital con vigor y aceptable interés, hasta que un análisis de rutina revela cierto grado de anemia y constipación. Ante la negativa de la paciente de prestarse al tratamiento, los médicos recurren a sujetarla con un chaleco de fuerza y correajes, y aplicarle una enema y una transfusión. La anciana lucha, muerde, patalea, hasta que, humillada, advirtiendo que está a merced de la voluntad ajena, cae en la cuenta de su decrepitud e impotencia. Entonces cede, se abandona y entra en un sopor que acaba rápidamente con su vida.

 

Para contrastar lo anterior, podríamos regresar al texto de Viktor Frankl, pero en La muerte y sus ventajas, se nos muestran ejemplos magistrales de que cuando hay un motivo que nos mueve, la situación cambia drásticamente:

 

La historia abunda en casos de prisioneros de campos de concentración que lograron sobrevivir al centrar su atención en la construcción de un objeto al cual le otorgaban un significado protector especial: reunirse para recordar poesías, recreando una emoción estética compartida, mirar las hojas de una palmera lejana, que asoma entre las crueles paredes de cemento de su prisión, volviendo a ver con la memoria imágenes muy bellas. La revista Time del 25 de marzo de 1996 (p. 11) cuenta que el patriarca sudafricano de los bosquimanos, Regopstaan Kruiper, de 96 años, quien había entablado un juicio para que se les restituyeran sus tierras del Cabo San, murió horas después de enterarse de que, finalmente, se había hecho justicia a las ocho familias de su clan.

 

La realidad que nos rodea puede ser sin duda abrumadora y prevalecer en el horizonte las nubes negras. Pero sin caer en fingimientos, corresponde a nosotros darle a la existencia una razón por la que valga la pena seguir en el camino. En mi caso, me adhiero a la postura de Scott Fitzgerald: a pesar de ver que las cosas no tienen remedio, estar sin embargo decidido a hacer que sean de otro modo. Para el 2018 que en unos días más dará inicio, les deseo a todos Ustedes, encuentren esa razón que le dé sentido al riesgo de levantarse y seguir cayendo.

 

Salud y paz.

Plutarco.

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