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Dentro de mis inquietudes literarias en el año de 1993 adquirí el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, que lo utilizo para ilustrarme y consultar los misterios de la fe y de nuestra Iglesia, valiosos documento de la Época Moderna, que fue uno de los objetivos trazados en el  Concilio Ecuménico Vaticano II, promovido por nuestro querido Papa Juan XXIII (el Papa Bueno) de feliz memoria, inaugurado en el año 1962 y clausurado en 1965, destacando en los anhelos de su Pontificado la iniciativa de reformar la iglesia, expresando en la inauguración  de tal concilio, esta memorable  frase “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia

Si bien no vivió para ver los cambios que impulsó –murió de cáncer estomacal el 3 de junio de 1963–, Juan es recordado como el papa que se animó a iniciar un proceso que definió la Iglesia del siglo XX, renovando su doctrina y adaptándola a los tiempos modernos.

Sería hasta el Pontificado de Juan Pablo II quien en unión del Sínodo de Obispos, “expresaron el deseo que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe, como sobre lo moral, como un texto de referencia de todos los catecismos que se redactan en todos los países”.

Definitivamente, después de un arduo y largo trabajo de seis años en la redacción de este nuevo catecismo, fue  en el año de 1992 en que se dio por concluido, editándose el primer número ofrecido al público.

Esta gran institución de nuestra Iglesia no es una creatividad humana. Es una obra de la divinidad de Jesús. En el Evangelio de San Mateo 16: 13-20 Jesús declara: Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos”. Con esa responsabilidad del apóstol  Pedro, como el primer Papa, de esa manera Jesús fundó así su Iglesia. El no quiso un grupo de creyentes subsistiendo aislados o como ovejas sin Pastor.

A pesar que nuestra Iglesia tiene su origen divino, lamentablemente actualmente persiste una CRISIS DE FE entre los bautizados en ella. Existen dos tipos de católicos, Los auténticos que viven fielmente su cristianismo y su apego a la Iglesia con amor, admiración y respeto. Otros los confesionales, que viven su catolicidad alejados de la Iglesia, subestimándola con críticas, posiciones y justificaciones personales negativas. Eso sí, solo acuden a ella  socialmente, negando su origen bautismal. Confiesan que son católicos pero solo lo practican o lo aparentan ser, por compromisos sociales: bodas, bautismos, graduaciones, funerales, aniversarios, etc. Que bien que así sea, pues nuestra iglesia con su espíritu fraternal y maternal, no rechaza a sus hijos. Sobra con que seamos bautizados para no poner ningún obstáculo, como lo haríamos nosotros también como padres. Más bien corresponde a los hijos ser fieles al hogar paternal, devolviendo y manifestando amor con amor.

Este comentario es la realidad del significado de esa CRISIS DE FE aludida. Se vive ese cristianismo social  con una actitud profana, término que significa una ignorancia de la grandeza de los dones recibidos en el Bautismo, la iniciación de nuestra fe cristiana, reafirmada con los sacramentos de la Confirmación, Eucaristía (Primera Comunión), Matrimonio, en su caso.

Las Sagradas Escritura y el nuevo Catecismo, ya referido, son los medios que tenemos para culturizarnos con el conocimiento de la Verdad de la Fe en Jesús y de su Iglesia.

En estos tiempos infames en que la sociedad entera está sobreviviendo una CRISIS SOCIAL, en todas sus dimensiones y amplitudes, largas en mencionar, son los momentos claves para sacudir esa frialdad e indiferencia cristiana que se ha convertido en esa verdadera CRISIS DE FE aludida. ¿Por qué entonces no rectificar nuestras desviaciones cristianas y volver al camino de una auténtica fe? Ahí se los dejo para su propia reflexión. Vale la pena volver a la senda perdida y reencontrarnos con la Santísima Trinidad y con nuestra Graciosísima  Madre María, Auxiliadora de los cristianos.

Una más de mis OCURRENCIAS confiado en mis dos o tres fieles lectores que ojalá respondan a este llamado de la fe perdida y al menos comiencen  elevando sus oraciones a Dios y a su Ángel Guardián antes de acostarse.

 

RENE GIL GUTIERREZ                                          Septiembre/2018

 

 

 

 

 

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