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La significancia, es una condición de las experiencias humanas, que les da calidad. Por razones que a veces escapan a la comprensión, de decenas de veces que uno acude a un restaurant, a una sala de cine, o transita por un tramo carretero, hay unas que se recordarán toda la vida. ¿Por qué?  En muchas, solo Dios sabe; en otras, existe un detalle causal que resulta fácilmente identificable. 

En otra reflexión recientemente compartida, mencionaba la significancia de la primera vez. Para un médico, el internado de pregrado resulta inolvidable porque es un año lleno de primeras veces, el año en que te sueltan las alas y experimentas el hecho de volar solo, un año donde disfrutas de tus primeros éxitos, pero también de tus primeros fracasos. Como pichón primerizo, estas experiencias personales, son al mismo tiempo experiencias colectivas. Lo que te sucede a ti, le está sucediendo al mismo tiempo a los otros pichones del nido que están aprendiendo a volar. 

Quienes han estado en conflictos armados, establecen vínculos muy fuertes y perdurables con sus compañeros de la unidad a la que pertenecieron. Las experiencias en las que participaron en las que estaba de por medio su pellejo, resultan definitivas. Algo parecido (obvio, nunca igual), sucede con tus compañeros de internado. 

Ayer lunes 02 de marzo, acudimos a acompañar a la familia de Leonel Hurtado Ortega a la misa previa al depósito de la urna con sus cenizas. De regreso a casa, cavilaba en lo que les menciono arriba mientras conducía y revisaba algunos de esos momentos.

Leonel fue mi compañero en el internado. De los treinta y ocho médicos que llegamos al hospital, los dos radicábamos en la misma ciudad y habíamos estudiado en la misma universidad. Ahí lo pude conocer como médico y como persona. Estudioso, siempre ecuánime y de carácter reservado, no se iba con la finta a la primera. En su actuar profesional no daba paso sin guarache, pero al mismo tiempo era entrón, no le sacaba al parche. Ya daba señales de que la cirugía sería el camino que lo cautivaría. Si bien era serio, lo recuerdo siempre sonriente, comedido y fumando. Como compañero me daba contrapeso, prueba de ello son las áreas asistenciales que ambos elegimos, y en el trato diario cuando yo hablaba, hablaba y hablaba; el escuchaba, escuchaba, escuchaba.  

Cuando el internado concluyó, el destino nos llevó por caminos distintos. Lo volví a ver años después, ya como cirujano y me topé con un Leonel, que como los vinos de guarda, el tiempo le sacó lo mejor. A las características que mostró durante el año que convivimos, se añadieron las de un Leonel servicial y compasivo. Cuando en el hospital teníamos pacientes en común, yo estaba tranquilo, en paz, sabedor de que el enfermo estaba en buenas manos. Nunca comimos en el mismo plato, pero la experiencia del internado nos marcó para siempre. Cada vez que nos veíamos “había química”. 

Cuando se pasó al lado obscuro (así les decía yo a quienes dejaban las trincheras para ocupar puestos directivos), SIEMPRE y lo pongo con mayúsculas, actuó primero como médico que como administrativo. Con su proceder, me puso de manifiesto que su compromiso era primero con los pacientes. Si en el interactuar asistencial, Leonel me daba tranquilidad, como directivo, agregaba seguridad. Si algo siempre recordaré de Leonel es que invariablemente hizo todo lo que estuvo a su alcance por el beneficio de su paciente. Leonel, NUNCA dejó de ser médico, a diferencia de otros que el puesto administrativo los ataranta. 

Ayer en sus exequias, pude corroborar esto que pienso y siento. La vida no pasó por Leonel, él paso por la vida y al hacerlo dejó a su paso muchas buenas obras. Ya sabemos dónde está…

Salud y paz.  

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